viernes, 4 de octubre de 2013

Y necesita que la besen, pero alguien que sepa hacerlo bien.

Te suspiro y me miro de fuera hacia adentro.
Ahondo en tus manos, me pierdo e intento buscarme en la suela de mis zapatillas.
No me encuentro. Me perdí en una cama, pero no sé si es la tuya, es la mía o es esa en la que dormí septiembre, ese mes que cada vez parece que se emborrona más y más en mi calendario. 
Y no, no me hagas café porque no me gusta; sigo siendo como una niña: nada de cafeteras que yo lo que quiero son besos. Ese es el mejor estimulante de por las mañanas. Buenos besos en cantidades moderadas entre semana (por si acaso nos afectan demasiado y nos ponemos muy nerviosos) pero industrialmente los fines de semana (que ahí ya, nos va dando igual como de nerviosos nos pongamos, ¿no?). Que en lugar de por cafés, tiemble por besos increíbles, por susurros que acaparan los recovecos de mi cuello y que mi sistema nervioso se ponga nervioso de verdad por culpa de unas manos ajenas que rebuscan en los bolsillos de mi pantalón vaquero.
Calor. Que sube más deprisa de lo que me pude imaginar cuando este momento se aparecía de repente en mi cabeza. Para, para, para, para, para... por favor. 
Déjame respirar un minuto. 
...
¡Ven! Este minuto está siendo demasiado eterno...